Reseña crítica: Un grupo de herederos está que trina contra un científico desfigurado (William Thourlby) que los cita en su testamento, obligándolos a un penoso viaje nocturno por aguas inhóspitas. En la isla donde el sabio tiene su castillo, una agria ama de llaves (Shelley Morrison) se cobra una víctima (Natividad Vacio) para probar un juguete de ciencia-loca: una cabina de gases que reduce a sus víctimas dejando sus esqueletos limpios. Una de las condiciones del testamento es que si un heredero fallece, los demás se dividirán la parte del difunto. Tras la lectura del documento, aparece la imagen del propio científico para informar que uno de los herederos ahí presentes provocó el accidente químico que desfiguró su rostro, alentando al resto a descubrir la identidad del responsable. ¿Cómo es posible que el científico hable y calumnie a sus huéspedes si el ataud con su cadáver está en la habitación contigua, a la vista de todos? ¿Estará realmente muerto? ¿Será un androide a su imagen y semejanza? La respuesta la revela la ama de llaves, moribunda, que explica que en la finca hay un monstruoso robot cuya misión es vengarse de todos ellos. La precariedad narrativa y una avalancha de clichés intenta ser disimulada con la inclusión de elementos de tecnología futurista: el autómata, un sistema de televisión por circuito cerrado, un cañón de rayos láser. Sin embargo, esto no impide que el realizador estire metraje con diálogos de relleno entre los personajes. El peso, entonces, recae en el elenco, del que solo podemos resaltar al gran Hugh Marlowe y la revelación de Ernest Sarracino, antiguo secundón de los seriales de la Republic. En la campaña publicitaria se ofrecía un "sepelio gratis" si "ud. muere mirando la película". ¡Aunque nadie menciona como potencial causa a una cuarentona Virginia Mayo cantando a capella "Frankie and Johhny"! [Cinefania.com]
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