Reseña crítica: La "street of chance" del título es aquella que camina Burgess Meredith hasta que, por accidente, le cae un andamio encima y se desvanece. Al ser reanimado dice ser Frank Thompson a pesar que las iniciales de su cigarrera y sombrero no coinciden con las propias. Al regresar a la que cree ser su casa, se encuentra con su esposa que lo observa pasmada: han pasado doce meses desde la última vez que supo de él. ¿Qué pasó durante ese lapso? Seguido durante todo el día por un individuo sospechoso (Sheldon Leonard) que resulta ser detective de policía, el protagonista huye con la convicción de desentrañar cómo invirtió un año de su vida y bajo qué identidad. Así se encuentra con la mujer fatal de turno, nada menos que Claire Trevor que, ni bien al reconocerlo, lo recibe calurosa y amorosamente. Resulta que Burgess, en su vida amnésica del año anterior, estaba prófugo por asesinato. ¿Pero una amnesia puede cambiar el carácter apacible de una persona? Ustedes conocen a Burgess Meredith por la mayoría de sus películas y episodios televisivos como un tipo dócil y afable, incapaz de matar una mosca. Y tal su personalidad en este film, se obsesiona por la duda acerca de su propia cordura. Su indagación lo lleva a la casa de una familia ricachona (Jerome Cowan y Frieda Inescort), donde Claire Trevor trabaja como enfermera de una anciana postrada que tampoco puede hablar (la dulzura Adeline deWalt Reynolds). Y claro, siendo ésta una adaptación del ingenioso Cornell Woolrich, la pista que puede salvar a Burgess la posee la anciana y al no haber sido interrogada por la policía, sigue teniéndola. Así que la única forma será comunicarse por un código de parpadeos y de ahí ir guiando sus respuestas para que sean cosa de un "si / no". En lo formal, se trata de un protonoir imprescindible para todos los que se interrogan como Hollywood pasó del film de gángsters al noir de posguerra. El realizador Jack Hively, montajista al que RKO había ascendido a director encargándole varios films de la serie clase B de "El Santo", nos da una bienvenida con grúa sobre un escenario urbano (también habrá sugestiva grúa en los últimos fotogramas) y efectúa algunos hallazgos visuales retratando la paranoia de Burgess con la proyección superpuesta de su perseguidor que se le aparece al hojear un libro contable o al mirar por la ventana durante la noche. El relato se sostiene por las actuaciones y diálogos, que llevan de un descubrimiento a otro hasta el sorpresivo twist final (reiteramos, al estilo Woolrich). En este caso, el interés que genera la trama no deviene en el esperable climax de suspenso sino en el desenlace que, evaluando posibilidades, termina siendo moralmente más conveniente para todos. Dependerá de cada espectador evaluar en qué medida invalida ésto los setenta intensos y magnéticos minutos previos. [Cinefania.com]
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