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EL TANGO Y EL ROCK

Para nacer, el rock argentino tuvo que negar al tango: matar al padre, diría Freud. Pero el tango supo vengarse, a veces de modo ostentoso y a veces de modo sutil. La que sigue es una somera historia de esa conflictiva relación. (La versión original de esta nota fue publicada en Televicio Webzine en setiembre de 2009).

 

“O ser argentinos es una fatalidad y en ese caso lo seremos de cualquier modo, o ser argentino es una mera afectación, una máscara”. Jorge Luis Borges, El escritor argentino y la tradición.

"¿TE ACUERDAS DEL CLUB DEL CLAN / Y LA SONRISA DE JOLLY LAND?" (1)

En su obra “Las letras del tango: antología cronológica 1900- 1980” (Editorial Fundación Ross, Rosario, 1993) el poeta y ensayista Eduardo Romano comienza su análisis del devenir del tango en la segunda mitad del siglo XX (bajo el transparente título “Del ’50 para acá: ¿crisis o agonía?”) con una referencia muy crítica a la Revolución Libertadora. Romano subraya los efectos nocivos de las políticas económicas que se aplicaron a partir de 1955, y destaca el “aparato comunicacional bien armado y mejor solventado” que se montó en esos años y que operó en defensa de esas políticas. Dentro de ese aparato, el autor resalta el papel “devastador” de uno de sus subproductos, el Club del Clan, al que define como una “versión edulcorante del rock-and-roll norteamericano, que en el país del norte era parte de un movimiento contestatario”, y que “se integra en un complejo de renovación comercial orientado por la tecnología y por los intereses foráneos”.

Romano no carece de razón, pero su explicación ignora algunos hechos que, si no la desmienten, al menos la matizan y le ayudan a perder un cierto aire conspirativo y, por cierto, un poco paranoico. Efectivamente, el Club del Clan fue un proyecto de “renovación comercial” de Ricardo Mejía, un ejecutivo ecuatoriano que asumió la gerencia general de la sucursal argentina de la RCA en noviembre de 1959. La RCA pasaba entonces por una fuerte crisis de ventas, y entonces Mejía encargó un estudio de mercado para tratar de entender qué estaba pasando. El estudio reveló que en los segmentos juveniles existía una marcada disminución del interés por el tango y el folklore: los artistas que más éxito tenían entre los jóvenes, en aquellos lejanos años de la presidencia de Arturo Frondizi, eran dos sucedáneos criollos del Elvis Presley más pasteurizado, Luis Aguilé y Billy Cafaro. Lo que entonces hizo Mejía fue, simplemente (desgraciadamente) aplicar al negocio discográfico algunas de las más consabidas prácticas empresarias ante situaciones de bajas ventas: lanzar productos nuevos con ayuda de un amplio despliegue publicitario (los solistas de El Club del Clan), conservar las líneas de producto que generaban utilidades (Juan D’Arienzo, Aníbal Troilo, Los Chalchaleros) y discontinuar los productos sin mercado, con lo que la RCA dejó de grabar y editar discos de otros artistas de tango. La vieja imputación de que Mejía mandó quemar todos los masters de tango es falsa: Mejía no estaba emprendiendo una Revolución Cultural, sino haciendo negocios. Aquellas viejas cintas quedaron arrumbadas en depósitos polvorientos: algunas fueron recuperadas hace unos años y otras se perdieron, pero no por decisión consciente y malévola, sino por simple desidia.

¿Qué estaba pasando en la juventud argentina a fines de los ’50? Más allá de la influencia de las grandes corporaciones de medios, más allá de la genuina aparición del rock (un estilo musical que sintonizaba como ninguno con el zeitgeist adolescente de la época) había al menos un sector de la juventud argentina que se sentía incómodo con el tango. Iba más allá de que la evolución del género se hubiera detenido y que el tango luciera cristalizado, más allá de que sus principales cultores tuvieran la edad de sus padres y tuvieran inquietudes y problemas muy diferentes: y para ello le paso la palabra al Mono Cohen, o Rocambole, el artista plástico que es conocido popularmente por sus trabajos para Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota.

Decía Rocambole al Pulga Pavlovich en un reportaje publicado en la desaparecida revista virtual montevideana LadoB(Donde se está bien y hay libertad, allí está la patria", nos. 22 a 24, diciembre 2002 / marzo de 2003): “ahora parece que cuando pensás en los sesenta todo era el Di Tella, pero en realidad a su alrededor existía como una especie de desierto cultural. Y había mucho provincialismo, en el sentido que había muy poca comunicación con el exterior. Por otra parte había una condición de los argentinos muy provinciana y atrasada en cuanto a sus propias relaciones, su prestigio; yo creo que todavía se vivía como en la década de los cuarenta, una década donde en la Argentina parecía que faltaban todavía muchas mujeres. Fue esa época donde trajeron las mujeres de Varsovia y de París, porque aquí era un país de hombres, entonces al ser un país de hombres era todo muy pajerizado, y bueno... en los sesenta seguía esa pajerización. Todavía los jóvenes iban a un baile donde estaban las familias sentadas en las mesas mirando y vigilando a las chicas, con quién iban a bailar y en el escenario había siempre una orquesta típica porque no podía zafarse del desastre: alguna orquesta de tango y después una orquesta mediocre que hacía temas internacionales (se llamaba "característica"). Ése era el panorama que tenían los jóvenes, que para encontrar pareja tenían que ir a estos bailes, donde bailaban una música que no les interesaba. A nadie le interesaba el tango en esa época, por el contrario todos lo detestaban, el tango era la imagen de la paja, y creo que la irrupción del rock, cuando de repente lo conocemos, es una puerta que se nos abre para poder hacer mierda ese tango que nos hinchaba las pelotas y nos aplastaba. En ese momento el tango, para los jóvenes de mi época era el símbolo de la opresión y de la pajerización, nos contaban historias de machos tristes, jodidos, una vida que a nosotros no nos interesaba en lo absoluto. Entonces, no había nada que nos representara, de hecho a mi la música no me interesaba, si iba a algunos de esos bailes era porque quería conocer a alguna chica...”.

 

A su vez, esto le dice Luis Alberto Spinetta a Juan Carlos Díez en el libro de conversaciones Martropía, de 2006: "mis parientes eran todos tangueros, obviamente. Cuando se hablaba de Piazzolla se ponía el dedo en la llaga siempre porque tenia sus acérrimos críticos. Con mis primos, que éramos los más jóvenes, lo defendíamos a muerte porque nosotros veíamos la ciudad con su ritmo actual, con los autos, con los semáforos, con la locura de Buenos Aires. La veíamos representada mejor que con la melancolía hedonista del tango tradicional". Y agrega: "exceptuando los grandes tangos, los bellísimos tangos que hay, en general a mí [el género] terminó aburiéndome. Pareciera que los protagonistas de los tangos son inexpertos en el amor, son una especie de bluseros más resentidos, por decirlo así. Los negros ya venían sufriendo mucho más que por amor. Entonces, cuando cantaban blues, en realidad era una alabanza. En cambio, los protagonistas de los tangos son ineptos para querer, para no dejarse engañar, ineptos inclusive para no llorar. Es un poco dura la crítica, pero bueno, los veo demasiado melancólicos y sufriendo por pavadas. Pareciera que ninguno labura, que ninguno hace nada, que no hay ciudad, no hay gente, no hay nada… Hay una mina, una madre, un barrio, un momento de soledad angustiante y chin chín, se terminó el tango".

Por cierto, Mejía terminó siendo esposo de uno de sus nuevos “productos”: Jolly Land. (Ambos, en la imagen de arriba a la derecha, año 1962).
 

(Otras lecturas: “Entre el sonido de época y la eternidad”, Diego Fischerman, Página/12, 4 de julio de 2002. “Cada grabación es una historia”, reportaje de Roque Casciero a Luis Herman, Página/12, 20 de octubre de 2004. “La sonrisa de Jolly Land”, Mariano Del Mazo, Clarín, 30 de octubre de 2005. Sitio web de Violeta Rivas).

 

 

“RÍETE AL FIN, QUE LLORAR / TRAE TANTO FRÍO” (2)


Si el tango luchaba en clara desventaja contra los elementales clones de un rock en acelerada decadencia, la situación empeoraría aún más a mediados de los ’60, cuando el género dio un tremendo salto de calidad gracias a, entre otros, los Beatles, los Rolling Stones, los Who y Bob Dylan. Buena parte de la juventud de ciudades como Buenos Aires, Rosario, La Plata o la oriental Montevideo adoptó como propia esa música llena de vitalidad, así como toda una desafiante contracultura que, si bien era en buena medida preexistente, había encontrado en el rock un canal de desarrollo y difusión; para el sector de la juventud que no se apasionaba por esas músicas extranjeras, el vehículo de resistencia no fue el tango, sino el folklore, que durante los ’60 asistió a un explosivo reverdecimiento.


(No convendría olvidar, en este repaso de  la música popular de la década del ’60 en Argentina, que esos fueron años de un notorio auge del bolero. Un par de escalones abajo en cuanto a masividad, también se hicieron su espacio los amantes del jazz y de la bossa nova, entonces flamante).


Sin embargo, la juventud que adoptó el rock había crecido en casas donde sus padres escuchaban tango de la mañana a la noche, ya fuera en discos como en audiciones radiales. Esa marca de identidad es una característica notoria de muchos de los integrantes de la primera generación verdaderamente original de rockeros argentinos: para ello basta con escuchar “Yo vivo en esta ciudad” o “Che ciruja” del tanguerísimo Miguel Cantilo o “A estos hombres tristes” de Almendra, o releer las letras de algunas canciones como la durísima balada “Ayer nomás” o “El mendigo de Dock Sud” de Moris, o “Avellaneda blues” de Manal. La herencia del tango se nota especialmente en la pintura de personajes y paisajes de la gran urbe: para hacerse cargo de la parte musical, el rock debería esperar hasta que Ástor Piazzolla y su conjunto electrónico grabaran “Libertango” en Italia, en 1974. Del tango interpretado con guitarra, bajo y piano eléctricos a los elaborados arreglos del rock sinfónico en su apogeo no parecía haber una distancia musical tan grande: el año en que ambos estilos se encontraron es 1976.


“Y SIN EMBARGO, YA VES,  SOMOS DE ACÁ” (3)


El primer resultado de ese encuentro es el tercer disco de Invisible, la banda que Spinetta formara con Pomo y Machi Rufino y que, para “El jardín de los presentes”, incorporara como segundo guitarrista a Tommy Gubitsch (posteriormente integrante del octeto electrónico del propio Piazzolla), como tecladista a Gustavo Moretto y como bandoneonistas a Rodolfo Mederos y Juan José Mosalini. Si en el extraordinario y muy spinettiano tema “Los libros de la buena memoria” el tango se hace presente apenas a través del sonido de unos bandoneones, en “El anillo del Capitán Beto” y “Las golondrinas de Plaza de Mayo” lo hace también a través de una poética profundamente porteña, ya sea en la pintura de un original astronauta “ayer colectivero” (y que extraña a Gardel, a River, el mate amargo, los umbrales, “mi vieja y el café”) como en la de las golondrinas que pueblan el centro espiritual de Buenos Aires y que, en ese tremendo 1976,  “sólo vuelan en libertad”.


A esta altura también debemos citar al trío Alas, de Gustavo Moretto y al artista que llevaba en sí la influencia tanguera más fuerte: Charly García. Tempranas demostraciones son el maravilloso “Cuando ya me empiece a quedar solo” que abre “Confesiones de invierno” (segundo disco de Sui Generis, 1973), la línea de bandoneón sintetizado de “Hipercandombe” (ya con La Máquina de Hacer Pájaros, 1977) y el breve, hermoso y un tanto olvidado “Separata” (del primer disco de Serú Girán, 1978). Es precisamente con esta banda que el ADN tanguero de García se expone abiertamente, en especial en “Grasa de las capitales”, su placa de 1979: en letras como las de “Perro andaluz” o “Viernes 3 AM” y, en especial, en la notable “Los sobrevivientes”. Los introspectivos y desolados versos de estos dos últimos temas (reflejos de la negra noche dictatorial de esos años) decantan de un modo muy natural hacia el tango, y son buenos ejemplos de un camino que el rock argentino nunca terminó de explorar como corresponde.

 

(Derecha: Osvaldo Pugliese, Charly García, Edmundo Rivero, 1977. Véase aquí).

 

[Nota del 11/08/22: hoy me encontré con una entrevista de Pipo Lernoud a Charly García en la edición 37 de la revista CantaRock, segunda quincena de junio de 1985. Charly, luego de elogiar a Carlos Gardel, dice: "después del tango de esa época, no hubo nada que saliera de la Argentina. Aquí hay un corte tremendo entre el tango y las nuevas generaciones. En otros lugares de Latinoamérica, la música tradicional y la música joven se alimentan mutuamente. Pero vos lo hablás de tango a un pibe de aquí y vomita. Nosotros tenemos algo de culpa, porque se generó un movimiento muy fuerte, y fuimos al choque contra todo lo que viniera del pasado”. Y agrega: “pero poco a poco nos vamos acostumbrando a aceptar esa parte de nuestra herencia. Le vamos poniendo un poco de eso a nuestro rock and roll, porque también es parte de nosotros. Nos hemos sacado todos esos fantasmas y estamos experimentando con libertad, dándonos permiso para equivocarnos”]


Lo antedicho no implica que Charly abordaba al tango de un modo acrítico: además de ser una de las cumbres de la banda en lo musical, “A los jóvenes de ayer” (de “Bicicleta”, de Serú Girán, 1980) pinta mordazmente el concepto que un joven tenía de los próceres de la música de Buenos Aires en esos años, próceres que “lloran el pasado / como vieja en matiné” y que son “nuestros nuevos Dorian Gray”. Charly termina burlándose de “sus bronceados de domingos familiares / y sus caras de kermés” y de su almidonado espacio televisivo de “Grandes valores de hoy y de siempre”: vueltas de la vida, el airbag mediático que se le negó al tango en los ’60 se le volvió a ofrecer en plena dictadura, a costa de empujar al rock a sobrevivir en espacios marginales.


“EL TANGO AHORA ES ROCK AND ROLL” (4)


Los ’80 comienzan por el camino en el que terminaron los ’70. Charly García siguió escribiendo canciones que coqueteaban con el tango, tanto en el final de Serú Girán (el blues cocainómano “Llorando en el espejo”) como en el comienzo de su carrera solista (“Vos también estabas verde”, “Huellas en el mar”, “No soy un extraño”). De este último tema hay una bella versión explícitamente tanguera, con Fernando Samalea en bandoneón, en el disco “Hello! MTV Unplugged” de 1995.


En 1982, el país se vio sorpresivamente envuelto en una guerra contra el Reino Unido por la posesión de las Islas Malvinas. La dictadura, en una medida que pinta acabadamente el desconcierto general de aquellos días, prohibió la difusión de música cantada en inglés, con lo que los programadores radiales ¡se encontraron de pronto con que carecían de discos suficientes para musicalizar las 24 horas durante todos los días! Repitiendo una historia que ya hemos contado, los parias de ayer pasaron a ser los niños mimados: para los tangueros poco avisados, pareció que el rock argentino se inventó de golpe en 1982 para cubrir un problema de oferta. Escribía el recordado Osvaldo Ardizzone en el número 98 de la revista Humo® (enero de 1983): “¿Por qué Charly García mete 25.000 personas en Ferro y por qué la desconcertante manija? (…) ¿Puede ser líder de la generación de un país (…)  cuando esa juventud se ‘copa’ con una puesta de Renata Schussheim tan espectacular que nada tiene que ver con el mensaje poético – que no existe – ni musical (…)?”


La caída de la dictadura que siguió a la derrota en la guerra le abrió el camino no sólo a la democracia, sino también a un grado de apertura cultural y de liberalización de las costumbres que, hasta entonces, no se había visto jamás. Esta apertura, esta liberalización, coincidió con el auge mundial de un pop bailable y descontracturado que sintonizó a la perfección con los primeros años de la presidencia de Raúl Alfonsín: había que celebrar que habíamos sobrevivido. Por contraposición, el espíritu melancólico del tango le comenzó a resultar del todo ajeno al rock argentino de los ’80: de las viejas noches de milonga, sólo se quedó con… el consumo de cocaína. Muy pocos rockeros escaparon a ese cambio de paradigma: los miembros de la Nueva Trova Rosarina (sólo marginalmente rockera) como Juan Carlos Baglietto y Fito Páez (“Giros”, “Carabelas nada”), Miguel Cantilo (“Mateína”) y un poco Spinetta (en su notable “Bajo Belgrano” de Spinetta Jade, en su colaboración con Fito Páez para su versión de “Gricel”). Las bandas icónicas de aquellos años muestran escasa o nula influencia tanguera: Los Abuelos de la Nada , Soda Stereo, Virus, GIT. Sumo solía tocar una versión reggae de “Cambalache”, y en su último disco grabaría “Mañana en el Abasto”, una pintoresca viñeta del barrio que antaño caminara Carlos Gardel, pero que en realidad le debe más a Lou Reed que a Manzi o Cadícamo. Por su parte, Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota solían jugar con partes musicales filotangueras en algunos temas (“Blues de la artillería”, “Roto y mal parado”), pero la influencia del 2 x 4 apenas pasa de ahí. 


Así y todo, muchos jóvenes rockeros de la época terminaron, con el tiempo, acercándose al tango y dando cumplimiento a la célebre frase de Osvaldo Pugliese: “los espero después de los 30” . Es el caso de, por ejemplo, el marplatense Alfredo Piro (hijo de Osvaldo Piro y Susana Rinaldi y hermano menor de la cantante de jazz Ligia Piro), intérprete de una tanguerísima versión de la citada “Llorando en el espejo”. Algo similar sucedió con Isabel De Sebastián (cantante de una buena banda pop como Metrópoli), o  Fernando Samalea, o Javier Calamaro, o Celeste Carballo, o Juan Carlos Baglietto, u Omar Mollo, por no hablar de la reconversión canyengue más exitosa: la de Daniel Melingo.


“HACÍAN CUARENTA DIBUJOS AHÍ EN EL PISO” (5)


A partir de los ’90, el mainstream del rock argentino comenzó a replegarse hacia el barrio, al culto del aguante, la marihuana y el odio a la policía, así como a temáticas que hasta entonces raramente le habían interesado (¡el fútbol!). Las principales influencias musicales (Rolling Stones, Ramones, Pappo) están en las antípodas del tango; sin embargo, algo de la poesía de la canción de Buenos Aires se coló en las letras de la época. Abundan los covers de tangos: “Yira, yira” por Los Piojos (banda que en sus comienzos demostró un gran interés en ritmos rioplatenses como el candombe); “Tomo y obligo” por Moris; “Por una cabeza” por Los Pericos; “Sur” por Los Visitantes; “Naranjo en flor”,”Malena”, “Cafetín de Buenos Aires”, por Andrés Calamaro. Hay algunos acercamientos paródicos (“Volver, ni a palos” por Divididos, “Pollo viejo” por Los Piojos) y no tanto (la inédita “Barrio” por Bersuit Vergarabat) pero los abordajes más interesantes vinieron por otros carriles.   


Memphis La Blusera es una banda que provenía de la década anterior, pero en los ’90 tuvo éxitos como “La bifurcada”, o “Blues de las 6 y 30” , o “Moscato, pizza y fainá”: sería imposible que esas letras fueran más tangueras. Los Fabulosos Cadillacs se animaron a pagar la deuda con el 2 x 4 en temas como “Piazzolla” o “La vida”. Litto Nebbia editó en 1993 un disco compartido con nada menos que Virgilio Expósito (“Melódico”); en 1995, un antológico disco de tangos de Enrique Cadícamo (incluyendo algunos inéditos) y, en 1998, otro con versiones de clásicos de Gardel y Le Pera más algunos temas propios.
Un artista que verdaderamente fue algo más allá de coquetear con el tango fue Palo Pandolfo (líder de Don Cornelio y La Zona , Los Visitantes, La Fuerza Suave , El Ritual) que escribió canciones como la rítmicamente muy piazzolleana “Afrodita”, o “Turbias golondrinas” u “Oficio del cantor” (en “Ritual criollo”, 2008). El inefable Palo es un cultor del sano eclecticismo, porque en sus discos también se perciben aires folklóricos y latinoamericanos, a veces amalgamados en canciones de rara belleza. 


La innovación más llamativa corrió por cuenta del mal llamado tango electrónico, producido por bandas como los fundadores Gotan Project y el colectivo Bajofondo. Digo mal llamado porque, en rigor, en el caso de Bajofondo se trata de música electrónica con sonoridad tanguera, mientras que en el de Gotan Project se trata de tango intervenido con elementos de música electrónica. En ambos casos media una búsqueda hecha con respeto y voluntad de explorar las posibilidades de la fusión y, como tal, su resultado es necesariamente desparejo. A casi una década de los comienzos, parece irse decantando que los intentos de acercar el tango a las pistas de baile (“Los tangueros” o “Naranjo en flor”, de primer disco de Bajofondo) han sido bastante menos exitosos que aquellos en los que el tango y las texturas electrónicas se integran de un modo por demás natural para crear melancólicos paisajes sonoros (“Santa María” de Gotan Project, “Vacío” de Didi Gutman, “Avenida de Mayo” de Diego Vainer, “Éxodo II” de Juan Blas Caballero, “Montserrat” de la Orquesta del Plata, “Pulso” de Luciano Supervielle) o verdaderas canciones que son a la vez tango y rock electrónico (Bajofondo y su "Fairly right" con nada menos que Elvis Costello, “El mareo" con Gustavo Cerati y, sobre todo, con el Bersuit Juan Subirá en la notable "Hoy").

En este 2009 que muy pronto va a entrar a salir se comienza a percibir un mayor interés por la  integración de ambos géneros: cabe destacarse el disco “Fisura expuesta” del mencionado Subirá y agrupaciones como Altertango, Buenos Aires Negro y Romina y Los Urbanos. Despacito y por las piedras, el rock entre nosotros ya está cerrando su cuarta década: ¡salud, don Osvaldo, parece que tenía razón, nomás!

Deje, maestro, que esta vuelta la pagamos nosotros.    


NOTAS

(1) “Mientras miro las nuevas olas”, de Charly García, Serú Girán, 1980.

(2) “A estos hombres tristes”, de Luis Alberto Spinetta, Almendra, 1970.

(3) “Los sobrevivientes”, de Charly García, Serú Girán, 1979.

(4) “Sin vos voy a estallar”, David Lebón, 1982.

(5) “Volver, ni a palos”, de Ricardo Mollo y Diego Arnedo, Divididos, 1995.

 

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