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BAJO LAS OLAS: HISTORIA DE LOS SUBMARINOS

Desde los días en los que el Capitán Nemo y su Nautilus surcaban los océanos del mundo en las páginas de "Veinte mil leguas de viaje submarino", de Julio Verne, la navegación bajo la superficie del mar ha excitado la imaginación de varias generaciones. También, durante los terribles días de las dos guerras mundiales del siglo XX, esas mismas generaciones aprendieron a temer (o admirar) a esos sofisticados ingenios, que aún hoy tienen su importancia en el balance estratégico global. Los invito a sumergirse (perdón...) en la historia del submarino.

"Y vivimos bajo las olas / en un submarino amarillo"
Yellow submarine, The Beatles, 1966

 PRIMERAS IDEAS

La idea de un navío que surque las aguas por debajo es bastante antigua: el primer registro escrito se lo debemos nada menos que a Aristóteles, quien afirma que su pupilo Alejandro Magno desarrolló un primitivo submarino para reconocimiento hacia el año 332 antes de nuestra era. Obviamente, carecía de motor alguno, y se impulsaba gracias a la fuerza muscular de sus tripulantes.

La historia registra también los esfuerzos del inglés William Bourne, quien diseñó uno en 1578, o el holandés Cornelius Drebbel, que construyó un prototipo en 1620 (imagen de la izquierda - clic en ella para ampliar) estando al servicio del rey inglés Jacobo I. El mismo era propulsado a remo, y fue probado en el río Támesis. Los cosacos rusos, los rebeldes de la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos, los ingenieros navales de la Francia de Napoleón y los dos bandos de la Guerra de Secesión completan estas líneas dedicadas a los esfuerzos precursores y su característica mezcla de ingenio visionario y curiosa ineptitud. En el caso de la Guerra de Secesión, al menos, podemos notar un relativo éxito en el desarrollo de las potencialidades de la idea: el USS Alligator, un diseño francés botado por las fuerzas unionistas, contaba con un sistema de provisión de aire. Tenía una eslora de 14,3 metros y un diámetro de 1,2 metros, una tripulación de 20 personas, y era propulsado a remo. Cuando se lo remolcaba para participar en su primera acción bélica (supuestamente, colocar minas bajo buques confederados) se hundió frente al Cabo Hatteras, durante una tormenta. Era el 1º. de abril de 1863, el Día de los Tontos (la versión anglosajona de nuestro Día de los Inocentes).

Los confederados contaban con naves similares, como el CSS Hunley, llamado así por uno de sus financistas, Horace Lawson Hunley. Era aún más primitivo que el Alligator: ya se había hundido dos veces (y reflotado otras tantas) antes de su primera acción de guerra, el 18 de febrero de 1864, cuando su tripulación logró colocar una mina en el USS Housatonic, en la bahía de Charleston. El Housatonic se hundió; el Humley corrió igual suerte poco después, esta vez de manera definitiva.

Por esos mismos años, Karl Flach había construido en Chile el primer submarino con que contó un estado sudamericano; también, con el Plongeur francés se habían hecho algunas pruebas con la propulsión a través de la liberación de aire comprimido. El primer submarino que empleó un motor de combustión fue el Ictíneo II, obra del catalán Narcís Monturiol, en 1867. El Ictíneo II era muy ingenioso: en la superficie navegaba como un vapor, pero bajo el agua, su motor funcionaba en base a una reacción química de peróxido de manganeso, cinc y clorato de potasio, que además de mover al buque, liberaba oxígeno respirable. Era tripulado por dos personas, tenía una eslora de 14 metros, y llegó a sumergirse a 30 metros de profundidad, durante inmersiones de hasta dos horas. El invento merecía más interés que el muy escaso que despertó en la Armada española, y su inventor falleció en el olvido.

TRAS EL NAUTILUS

Fue entonces que la ficción vino en auxilio de realidad: en 1870, el Nautilus del Capitán Nemo de "Veinte mil leguas de viaje submarino" de Julio Verne despertó un renovado interés por el empleo de naves submarinas. Fue así que, en 1881, el inventor polaco Stefan Drzewiecki diseñó un proceso que permitía la construcción en serie de submarinos a propulsión humana. En 1884, el mismo Drzewiecki diseñó el primer submarino con motor eléctrico, si bien de un modelo muy primitivo. El primer verdadero submarino moderno fue construido por el ingeniero y marino cartagenero Isaac Peral en 1888. Tenía un motor eléctrico, dos torpedos, y desarrollos novedosos en maniobrabilidad y sistemas de aire, además de ser el primero en contar con un sistema confiable de navegación bajo el agua. La Armada española llegó a encargar un prototipo, pero luego descartó el proyecto. 

El cambio de siglo trajo importantes avances técnicos. El irlandés John Philip Holland diseñó submarinos que usaban motor de combustión interna al navegar en superficie y motor eléctrico en inmersión. Sus modelos pronto formaron parte de las flotas de Estados Unidos, el Reino Unido, Rusia y Japón durante la primera década del siglo XX.

En junio de 1900, Francia botó el Narval, un submarino con doble propulsión eléctrica y a combustión, que además fue el primero en contar con un casco doble (uno dentro de otro, con las obvias mejoras en cuanto a seguridad). Sus doscientas toneladas de desplazamiento tenían autonomía por encima de 100 millas marinas en superficie, y cerca de 10 bajo el mar. En 1904 los franceses, los primeros en tener una fuerza submarina digna de ese nombre, botaron el Aigette, que remplazaba el motor de gasolina por otro diesel, disminuyendo así los riesgos de inflamabilidad.

LAS GUERRAS SUBMARINAS

El ritmo de los avances aumentó brutalmente, como suele suceder, cuando medió un conflicto bélico. La Primera Guerra Mundial fue la primera conflagración en la que los submarinos tuvieron una incidencia importante: dado que el esfuerzo de los Aliados dependía de manera crítica de las materias primas, las armas y las municiones que le llegaban por vía marítima, la marina imperial alemana lanzó a sus U-Boots sobre las rutas atlánticas de abastecimiento. La campaña no estuvo lejos de obligar al Imperio Británico a rendirse por hambre, pero en definitiva fracasó: sus ataques indiscriminados provocaron la declaración de guerra de los Estados Unidos, el acontecimiento que definió el resultado de la misma.

Empero, persistían unas cuantas limitaciones al empleo de submarinos: por ejemplo, la navegación todavía se efectuaba básicamente en superficie, y los submarinos se sumergían sólo para los ataques. Esto los hacía muy vulnerables a la detección por barcos o aviones, y obligaba a los ataques por sorpresa. Una consecuencia de ello fue el abandono de la costumbre de hundir a un barco sólo después de haber intimado a su tripulación a abandonarlo, dándole así la oportunidad de salvar sus vidas. No por nada se dice que la Primera Guerra Mundial vio el fin de la guerra como conflicto entre caballeros...

Fuera de la marina del Káiser, ninguna otra empleó submarinos en gran escala, básicamente porque, tras las primeras semanas de la guerra, apenas había barcos alemanes navegando los mares. Los únicos otros estados que contaban con fuerzas submarinas de cierta envergadura eran el Reino Unido, Francia y Rusia.

En el período transparentemente llamado de entreguerras (1919-1939) hubo varios desarrollos novedosos. Uno de ellos ha sido casi olvidado: el empleo de submarinos portaaviones. Estos navíos contaban con uno o dos pequeños hidroaviones que se empleaban para reconocimiento aéreo, una actividad de suma importancia antes de la invención del radar. Los primeros ejemplos fueron británicos (el M2) y franceses (Surcouf), pero fue la Marina Imperial del Japón la que botó un mayor número de ellos. Y tras el Tratado Naval de 1936 entre Alemania y el Reino Unido, que permitió a los derrotados en la guerra anterior desarrollar la flota que el Tratado de Versalles de 1919 les había negado, hubo un nuevo (viejo) competidor por el dominio de los mares.

Por esta época (1933) se incorporan los primeros submarinos a la Armada argentina: tres buques de fabricación italiana. 

LOS LOBOS DEL MAR

En 1939 se desató una Segunda Batalla del Atlántico, en la que los alemanes probaron otra vez la estrategia de cortar las líneas de comunicación de las Islas Británicas. Para 1941, los astilleros germanos producían submarinos en masa, con un efecto devastador, mas nuevamente fracasaron por la intervención de unos EE.UU. que botaban barcos a mayor velocidad de la que los alemanes podían hundirlos.

La Armada del Tercer Reich, aprovechando mejoras en las comunicaciones por radio, había desarrollado la táctica de la "manada de lobos". Cada submarino alemán operaba solo, rastrillando el sector del océano que se le había asignado, y cuando encontraba un convoy aliado, debía seguirlo a prudente distancia y transmitir las novedades al Almirantazgo. Éste comunicaba la posición del convoy a los submarinos cercanos, que se acercaban sigilosamente y atacaban en grupo, generalmente de noche. Más avanzada la guerra, el empleo intensivo del radar, el sonar y el patrullaje desde el aire disminuyó notablemente la efectividad de esta táctica, cuyo punto final fue puesto por el desciframiento del código mediante el cual se comunicaban.

Los submarinos alemanes contaban con tecnología superior: los llamados Tipo XVII usaban turbinas Walther a base de peróxido de hidrógeno: los Tipo XXII, manejo mecánico de torpedos y mayores baterías eléctricas.

Italia tenía una fuerza de submarinos moderna e importante a comienzos de los años '30 pero, con los avances tecnológicos y las limitaciones presupuestarias, se encontró con que la misma era obsoleta e incapaz de hacer frente a las medidas antisubmarinas británicas: por ejemplo, sus buques sólo navegaban bien en las condiciones relativamente tranquilas del Mediterráneo, y su utilidad en el Océano Atlántico era escasa. Una innovación interesante fueron los submarinos en miniatura, usados inteligentemente para atacar barcos de la Royal Navy en su base de Gibraltar.

Japón era otro país con una flota importante, si bien bastante ecléctica. Aún tenía en uso los viejos portaaviones submarinos, así como submarinos en miniatura y hasta los Kaiten, una especie de torpedos tripulados, aunque las estrellas de la flota eran los mayores submarinos en servicio del mundo (los Sentoku I-400 - imagen de la derecha, clic en ella para ampliar) y los más veloces bajo el agua (Sentaka I-200). Todo esto complementado con los excelentes torpedos Tipo 95, propulsados a oxígeno. Sin embargo, su uso causó un impacto relativo por cuanto, a diferencia de las alemanas, las tácticas japonesas se centraban en el ataque a barcos de guerra, y no a los más lentos y menos maniobrables buques de abastecimiento. Con el avance del conflicto y el abrumador dominio del Pacífico logrado por la Marina de EE. UU., los submarinos terminaron rehuyendo el combate y siendo destinados a abastecer guarniciones en islas apartadas.

En cuanto a los Aliados, las fuerzas más importantes, por mucho, fueron las norteamericanas, las que, por cierto, demostraron estar a considerable distancia de las potencias del Eje: la US Navy incluso perdió al Tang y al Tullibee por explosión de los torpedos propios (de reconocida escasa calidad). Las fuerzas de submarinos de los EE. UU. replicaron contra Japón (esta vez con éxito) el intento alemán de bloquear el comercio naval del Reino Unido, privando al Imperio del Sol Naciente de alimentos, combustibles y materiales críticos, y acelerando su derrota.

Una curiosidad: los japoneses creían que los submarinos norteamericanos operaban a una profundidad mucho menor a la que efectivamente lo hacían, con lo que era muy común que las cargas de profundidad de la Armada Imperial marraran sus blancos, al explotar varios metros por encima de los submarinos enemigos. Pero, en junio de 1943, al representante Andrew J. May, miembro del Comité de Asuntos Militares, se le ocurrió revelar esta ventaja en una conferencia de prensa, con los resultados que ustedes imaginan: el vicealmirante Lockwood, comandante de la flota de submarinos del Pacífico, estimó luego que la infidencia de May le había costado a su país el hundimiento de 10 naves y la muerte de 800 tripulantes.

LA GUERRA FRÍA

Durante los años '50, la principal innovación fue el uso de reactores nucleares para propulsar a los submarinos, como fue el caso del famoso Nautilus, botado en 1955 por los norteamericanos, y pronto imitados por sus pares británicos, franceses y soviéticos. La energía del reactor permitió desarrollar sistemas que destilaban oxígeno del agua de mar, y si sumamos la mejora en los sistemas de navegación, pronto se pudieron efectuar inmersiones que duraban meses. Así se lograron alcanzar objetivos hasta entonces imposibles, como llegar al Polo Norte navegando por debajo de la banquisa (algo que logró el Nautilus en 1958). Los límites de la inmersión pasaron a ser, entonces, los de los suministros de la tripulación y las cuestiones psicológicas: se descubrió que las inmersiones excesivamente prolongadas desequilibraban a muchos tripulantes.

Esto no ocasionó que los submarinos de propulsión diesel / eléctrica se volvieran obsoletos: además de ser más baratos, son mucho más silenciosos, y por ende mucho más difíciles de detectar. En la Guerra de las Malvinas de 1982, la fuerza de tareas británica temió especialmente un ataque de los pequeños submarinos convencionales argentinos, el Santa Fe (luego hundido en las Islas Georgias del Sur) y el San Luis (cuyos ataques fueron inefectivos por fallas en los torpedos). El único ataque exitoso de un submarino en esa guerra fue el del Conqueror, de propulsión nuclear, que ocasionó el recordado hundimiento del destructor General Belgrano.

Las tácticas modernas prescriben el uso de submarinos nucleares para proteger grupos de ataque liderados por un portaaviones, aunque su principal utilidad reside en su capacidad de disparar misiles con carga atómica: la dificultad para detectarlos impide que el bando atacante cuente con la seguridad de poder lanzar un ataque sorpresa con armas nucleares sin recibir represalias. Esta incapacidad de aniquilar al adversario en un primer golpe es la base de uno de los pilares de las relaciones entre las superpotencias durante la Guerra Fría, la doctrina de Destrucción Mutua Asegurada, conocida por sus muy apropiadas siglas en inglés, MAD ("loco").

En la actualidad, y además de las norteamericanas, las otras fuerzas submarinas de importancia (bien que a una escala mucho menor) son las británicas, las francesas, las rusas y las chinas. En todos los casos, forman parte del dispositivo nacional de disuasión ante un ataque nuclear.

VÍNCULOS

* Primer Batalla del Atlántico (en inglés).

* Segunda Batalla del Atlántico (en inglés).

* Historia de los Submarinos (en inglés)

* Submarinos de la Armada Argentina (en inglés)

* Comunidad Submarinista Latinoamericana.

* Web Submarinos.

  LIBROS

* "Auge y caída de las grandes potencias", Paul Kennedy. Plaza & Janés Editores, Barcelona, 1994.

* "Historia del Siglo XX". Eric Hobsbawm. Crítica, Buenos Aires 1998 (reimpresión mayo 1999).

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