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Algunas reflexiones sobre el cine antibélico, así como sobre el pacifismo, en una nota que es más bien una colección de apuntes sueltos sobre dichos temas. A veces salen así… [Publicado originalmente en mayo de 2010 en Televicio Webzine].
Hace unos días vi por TV por cable una muy buena película de los ’70,
La película me disparó una idea: por lo general, cuando una cinematografía
produce un filme con un claro mensaje pacifista, lo hace en el marco
de historias relacionadas o con guerras perdidas o con ejércitos extranjeros.
Dicho de otra manera: no se abomina de
la guerra cuando ésta ha resultado ser victoriosa. Pienso en películas
norteamericanas de tinte antibélico como Sin novedad en el frente,
cuyos personajes son alemanes; en Cartas desde Iwo Jima de Clint Eastwood, que muestra el punto de vista japonés en la guerra
en el Pacífico; en la inolvidable La patrulla infernal (Senderos
de gloria en España) de Stanley Kubrick,
cuyos protagonistas son soldados franceses; en la genial Apocalypse now de Coppola, ambientada
durante
Jorge Luis Borges se burlaba de los
pacifistas: "los antibelicistas no son sinceros, yo no tengo vergüenza de
las guerras, no puedo tenerla. ¿Qué sería de nosotros sin
La primera es un argumento ad hominem, o sea, una mera chicana: es fácil ensalzar la guerra cuando uno es un anciano ciego que no corre riesgo alguno de ser reclutado, es fácil ensalzar la guerra cuando uno no tiene hijos que corran riesgo de ser reclutados.
La segunda es, creo, espero, mejor: yo comparto con Borges el orgullo por los ideales que inspiraron la independencia de nuestras naciones americanas, pero considero a las guerras de la independencia una ineludible, desgraciada imposición del absolutismo español, no una decisión gratuita de los fundadores de nuestra nacionalidad. (¿Qué es lo que en verdad reverenciamos de nuestros héroes de Suipacha, Maipú o Ayacucho: el haber dejado un descampado americano sembrado de cadáveres, o la defensa de un ideal y de un futuro mejor para sus descendientes?). Las guerras no producen bien alguno: demasiadas vidas son aniquiladas, demasiadas vidas son arruinadas más allá de toda esperanza. Las únicas guerras que vale la pena librar son aquellas que un pueblo se ve obligado a pelear porque, de no hacerlo, se cierne sobre él una amenaza de ruina o aniquilación aún peor: guerras de liberación, como las de criollos y pobladores originarios contra la corona de Fernando VII, los pueblos de media Europa contra el invasor nazi o los vietnamitas contra los franceses y los norteamericanos.
También me resulta graciosa la idea de que las guerras son deseables porque tienen efectos benévolos, por caso, fomentan la “unidad nacional”, o educan a la nación en el esfuerzo y la superación de la adversidad. Yo puedo envidiar voluntad de sobreponerse a la adversidad de la ceguera de personas como Stevie Wonder o Ray Charles, así como reconocer el efecto positivo que ello tuvo en su carrera artística ¡pero jamás envidiaría su ceguera, ni rogaría quedar ciego para fortalecerme espiritualmente!
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