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¡PARA PEORES... NOSOTROS! (POLÉMICA EN EL CIBERBAR
[El
artículo que sigue a continuación se llamaba "Polémica
en el Ciberbar" y salió en la desaparecida revista virtual montevideana
LadoB... en junio de 2003. Le sacamos un poco de polvo virtual y ahí
sale, con un par de agregados porque ¡en la pelea por ser reconocidos
los peores del mundo se anotan varios países!] La muy buena nota de Leonardo Altmann
en el número 24 de esta insigne revista, titulada "No a la clonación (del
Uruguay)", me despertó la tentación de hacer algunas precisiones. No con
el fin de polemizar sino... bueno, no sé cómo terminar la frase. De todos modos,
esto no tendría que asustar a nadie, pero parece que por estos lados la polémica
es a la vez mala palabra y pasión popular.
Por una elemental delicadeza, no pretenderé trasladar
automáticamente a la otra orilla algunas ideas que tengo sobre la desventurada
vida de ésta. En todo caso, los eventuales y acaso inexistentes lectores orientales
sabrán hasta qué punto la analogía con la situación argentina es procedente
y hasta qué punto no.
La nota de Leo tiene dos ejes. Uno, la pregunta "¿hay
una cultura oriental?" y las dudas sobre la identidad nacional. El otro
es la condición "única e irrepetible" de
La búsqueda de la identidad nacional es una idea no más
vieja que el romanticismo. No hay rastros de que nadie se preocupara por ella
antes del final del siglo XVIII, y tenía una función política muy clara: una
vez que
Estos dos países eran relativamente homogéneos, así que
el proceso no fue demasiado traumático. El problema estaba en comarcas como
Transilvania. Los campesinos de la tierra del Conde Drácula eran rumanos, sometidos
a terratenientes húngaros, y en las ciudades predominaban los judíos y los alemanes,
además de que había muchos gitanos. ¿Cuál era la identidad
nacional de Transilvania? Los rumanos y los húngaros llevaban agua para sus
respectivos molinos, y esto sin considerar que la región era parte del Imperio
Austríaco... Este fenómeno de ninguna manera era raro en Europa; a la pugna
de identidades nacionales diferentes para territorios étnicamente muy heterogéneos
debemos dos guerras mundiales y conflictos como los de Bosnia, Kosovo o Palestina.
No perdamos de vista que quien define qué compone la
identidad nacional está necesariamente definiendo qué no lo hace. O sea, quién
queda excluido. Hitler, Mussolini, Franco, Le Pen,
Slobodan Milosevic, siempre tuvieron la famosa frase "identidad nacional"
a flor de labios.
Tomemos por ejemplo España ¿Existe España, por empezar?
¿O existen Cataluña, Castilla, Galicia, el País Vasco, etc.? Pero supongamos
que sí existe. ¿Cuál es la identidad de España? ¿La de los cazadores que pintaron
la cueva de Altamira hace 15 mil años? ¿La de los íberos? ¿La de los celtas?
Por España pasaron los fenicios, los griegos, los cartagineses, los romanos,
los bárbaros de Germania, los mercaderes judíos o genoveses, los árabes. Si
admitimos que todos ellos contribuyeron a formarla, entonces debemos asumir
que antes de que cada uno de estos grupos apareciera en escena, la identidad
española era distinta. Lo que equivale a decir que la identidad no es algo
estático, inmutable.
La identidad nacional vive de crisis en crisis mientras
está viva. Lo único seguro es la incertidumbre y el cambio. Las invasiones, el comercio internacional, los medios
de comunicación, la inmigración, dejan su huella. La cultura de un pueblo dado
es inconcebible sin mestizaje, sin conflicto, sin fricción, sin diálogo (a veces
conflictivo) con otras culturas. Preocuparse por su "crisis" es hacerle
el juego a los fósiles de academia y los nacionalistas de café. Que se paralicen
de temor ellos. A nosotros nos toca hacer camino al andar.
Después de algunas de las páginas que más he disfrutado
en mi vida, llega a una conclusión que creo difícilmente refutable: "o
ser argentinos es una fatalidad y en ese caso lo seremos de cualquier modo,
o ser argentino es una mera afectación, una máscara".
SOMOS LOS PEORES, SOMOS
Todo el mundo pretende ser especial, creo que porque
acertadamente se cree que es un valor en sí mismo. (Vuelvo a Borges, quien decía
que los pueblos de la provincia de Buenos Aires son todos iguales, hasta en
su pretensión de ser diferentes). De hecho, uno de los atractivos de viajar
es conocer gente con una cultura al menos algo distinta, y pasar un tiempo en
un medio diferente al que uno acostumbra vivir es generalmente una experiencia
enriquecedora.
Esta vocación por ser diferentes tiene un costado patológico,
que es la creencia de que, por ser diferentes, unos pueblos son superiores a
otros. Recordemos la arrogancia de los mandarines chinos frente a los navegantes
europeos, el desprecio de los conquistadores españoles por los indios, el aura
de superioridad de los británicos cuando
En el caso argentino, yo atribuyo esta curiosa dolencia
del alma nacional a que, luego de habernos creído durante décadas que éramos
los mejores, nos encontramos con que la realidad desmentía una y otra vez esa
certidumbre. Pero la mediocridad, por definición, no tiene nada especial, ningún
atractivo. No permite destacarnos del resto, algo altamente lesivo para nuestro
hiperdesarrollado orgullo. Entonces, si no podemos
destacarnos por ser los mejores, destaquémonos por ser los peores, pero destaquémonos.
Argentina Potencia.
Parafraseando por última vez a don Jorge Luis, esta idea
de que somos los peores "tiene, como el existencialismo, los encantos
de lo patético".
FINAL MEDIOCRE
Aquí es donde quisiera señalar que reconocernos los
peores, y pensar que esa característica es parte de la identidad nacional, tiene
una consecuencia inquietante: desalienta cualquier esfuerzo por mejorar. Nos
obliga a la disyuntiva paralizante de permanecer en la mediocridad o dejar de
ser nosotros mismos.
¿Quién no siente desaliento frente al día a día de estas
latitudes? La realidad parece funcionar como en la película "Matrix":
hay un simulacro que nos mantiene distraídos, controlados, mientras una maquinaria
monstruosa y parasitaria vive de chuparnos la sangre. Nuestro desaliento es
funcional a su perpetuación: algo difícil de soportar para aquellos a los que
nos cuesta horrores albergar alguna pequeña esperanza, porque al desaliento
agrega cierto sentido de culpa.
De todos modos, siempre hay espacio aunque fuera para
la módica rebeldía de que, aún resignados a nuestra suerte, nos neguemos a convertirnos
en cómplices aplaudiendo la mentira. No será mucho, pero me rehúso a creer que
es poco.
Reproducido en la revista virtual uruguaya LadoB..., en su número de junio de 2003.
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