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EL NUEVO PEDRO Y
Cuentan que todo
comenzó a mitad de siglo, en un olvidado establecimiento colonial, Argentoratum,
y más precisamente, en los arrabales que medraban a orillas del río. Casi todas
las fuentes que disponemos hoy son fragmentarias, amén de en extremo sesgadas:
se entenderá entonces la falta de énfasis con que postulo estas líneas como
crónica de hechos ocurridos hace más de mil quinientos años; empero, esa escasa
fiabilidad de la documentación también dificulta imputarlas de desvaríos.
Un día apareció un
gigante con voz de gigante, una voz profunda como el abismo que separa al Cielo
del Paraíso. Dicen que las multitudes, como imantadas por esa voz, le seguían
a todas partes. Placidio, un cronista romano que lo conoció, ya viejo, en Hispania,
nos lo presenta (Anales, XXXIII, 8-24) como un hombre alto y moreno, de rostro
alargado y ojos pequeños, grandes manos que movía con gracia y expresividad
y, sobre todo, como un orador magnífico, dueño de una voz increíblemente seductora,
grave y serena. Placidio, que le tenía muy poca estima, compara su conversación
con el canto de las sirenas; su animadversión para con él confiere verosimilitud
a la historia, referida en los Anales, de que miles de personas lo siguieron
a la campaña cuando se retiró a orar, una vez que las autoridades imperiales
(ante la presión de la turba) lo liberaron de la cárcel adonde lo tenían prisionero.
Su nombre era Pedro,
pero le conocían como "Pedrón", tal vez por su altura o su voz, o
bien porque esa era la aproximada transcripción latina de un nombre tribal,
luego olvidado (tesis sostenida por Richter). Un nombre así se prestaba para
los malabarismos teológicos a los que la época era tan afecta: algunos de sus
seguidores decían de él que era el "Nuevo Pedro,
Sus mujeres: aquí
deberíamos detenernos unos instantes. Todas las fuentes concuerdan en que Pedrón
se casó tres veces; de la primera esposa poco se sabe, sólo que murió antes
del comienzo de la predicación de su marido. La tercera mujer lo acompañó en
su exilio hispano, ya en su vejez, y condujo a la secta de Pedrón tras el fallecimiento
de su fundador. La segunda es la más relevante; en algunos textos desempeña
un papel tan importante como el de su cónyuge. Richter llega a arriesgar que
Pedrón y ella ejercían un liderazgo conjunto: razón de más para turbar a los
poderosos, a los terratenientes, a los comerciantes, al obispo cristiano, a
las autoridades militares, en un época en la que las mujeres estaban sometidas,
a veces de un modo brutal, a sus padres o maridos. El nombre de la muchacha
era Eva.
Se sabe de ella que
fue amada por su pueblo, y que murió joven: sin embargo, aquí deberemos estar
en guardia, porque partes de su historia parecen reconstrucciones legendarias
con fines esencialmente evangélicos, que no históricos. Según la interpretación
de J. W. Cooke ("Romans in Gallia and Rheinland in the Vth Century A.D."),
la esposa de Pedrón, el Nuevo Adán, era
* En ambos casos,
las narraciones esbozan un nacimiento rodeado de oscuridad; verbigracia, el
misterio de la concepción virginal de Jesús. Algunos documentos afirman que
Eva era hija natural de un alto funcionario romano, al que sólo conoció el día
de su entierro.
* Ambos abrazaron
la pobreza terrenal, y dirigieron su mensaje, en especial, a los desheredados.
Sin embargo, también a ambos se les reprochaba que disfrutaran de los placeres
de la vida (la acusación a Jesús de "glotonería" reflejada en Mateo
XI, 19; a Eva se le imputaba que vestía como una dama rica de su tiempo).
* Ambos molestaron
a los poderosos (un fragmento transcripto por Cooke relata un episodio que recuerda
a la expulsión de los mercaderes del Templo).
* Ambos padecieron
por sus ideas y se ganaron enemigos mortales (el paralelo es notablemente explícito
en Placidio XXXIII, 29-30: Pedrón dice que "los fariseos la crucificaron
en vida, pero ella volvió de la muerte en la multitud de sus seguidores). El
pasaje incluso insinúa una resurrección simbólica.
* Ambos murieron
a los 33 años. Si bien se reconoce que Eva murió de muerte natural, sus partidarios
contaban que sus enemigos habían invocado a los demonios "para que se la
llevaran con ellos".
Por todo esto, no
sería conveniente confiar demasiado en la veracidad de las fuentes, aunque la
existencia histórica de Eva, quienquiera que fuese, parece estar fuera de toda
duda.
Si la propia historia
de la secta está envuelta en el misterio, no menos podemos decir de la doctrina.
Como todo movimiento carismático, estaba centrada en su líder, y la doctrina
era aquello que él afirmaba; de allí la facilidad con que estos grupos sostienen
ideas a veces contradictorias, y también la circunstancia muy común de la división
en miríadas de grupos antagónicos a la muerte de sus fundadores. Pedrón ansiaba
que todos entraran en su Nueva Iglesia. Su discurso era universalista: si bien
la mayoría de sus partidarios tenía orígenes tribales, también lo siguieron
algunos colonos romanos (que no rechazaban al Imperio) y reyezuelos germánicos
(que buscaban destruirlo). Siempre fue bien recibido por las tropas auxiliares,
que eran bárbaras, no romanas: bátavos, francos, panonios, hunos. Parece indudable
que el poder de seducción de su mensaje cautivó a las masas; Placidio sugiere,
no sin malicia, que uno de sus secretos parece haber sido "adaptar su prédica
a lo que su interlocutor deseaba oír, mostrándose siempre comprensivo y amigable".
Pedrón no fue original
en identificarse con los desposeídos y sus reivindicaciones (otros movimientos
declarados heréticos, como los montanistas de Frigia, hicieron algo semejante).
Pero hacia fines del siglo V, varios años después de la muerte del líder, uno
de sus partidarios, Carlos, fue elegido obispo de Argentoratum, y en sus sermones
dominicales solía recordar palabras de Pedrón para defender los privilegios
de la elite (de la que ahora él mismo formaba parte). Parece que su pasado en
la secta ya no era motivo de escándalo; más bien, era oportunidad de bromas,
algunas de las cuales recoge Álvarez Rúa en su obra "Historia de las herejías
en el Imperio Romano de Occidente" ("¡ea, antes combatía a los capitanes,
y ahora comparte la mesa con los capitanes!").
El mausoleo que contenía
los cuerpos de Pedrón y de Eva fue destruido durante las invasiones bárbaras;
el cadáver de Pedrón fue mutilado, y el de Eva, robado por un grupo de saqueadores
hérulos, que lo reverenciaban como talismán. Se sabe que, hacia el 470, se creía
que el cadáver estaba en Italia. De las manos de Pedrón se decía que tenían
propiedades mágicas; las reliquias se conservaron en una capilla de Tréveris,
durante siglos, hasta que la construcción se incendió durante una incursión
de los magiares.
La secta de Pedrón
desapareció con el tiempo; sin embargo, el recuerdo de su líder (de sus líderes)
se conservó en la memoria folklórica, como ejemplo, como símbolo - como esperanza
- de justicia. Ése es, tal vez, su principal legado.
Mar
del Plata,
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