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CAPÍTULO 10

(Donde el Apóstol persiste en su camino de iluminación del prójimo) (1)

Viene del Capítulo Anterior

Y así el Apóstol Catódico siguió hablando ante las multitudes y dando misas por los caídos del catre, y haciendo milagros que conmovieron al mundo durante unos cinco minutos y doce segundos.

En Colegiales curó a un coiffeur bengalí de conjuntivitis en el tercer ojo.

En Floresta sanó a un contador de chistes cordobés de colesterol en la vena artística.

En Villa Tesei alivió la obesidad de un corredor de seguros, prescribiéndole que usara un azucarero sin agujeros en la tapa.

En Paso del Rey se apiadó de un perro que era torturado por una colonia de pulgas, y entonces volvió el sabor de la sangre del can absolutamente repugnante para los molestos parásitos.

En Pueyrredón y Santa Fe fue atacado por un vampiro rumano a eso de las tres de la madrugada, y el Apóstol reprendió al extranjero chupasangre, prohibiéndole disfrutar de una víctima diabética como postre. 

Y tanto erró esa noche el Apóstol Catódico, sumido en hondas cogitaciones, que vino a dar con sus huesos en el Café La Bola Cuadrada. Allí, un grupo de Mujaidines Freudianos lo invitó a unirse a su mesa. Debatían los Mujaidines acerca de la esquizofrenia de Ortega y Gasset. "Maestro ¿existe Una Verdad? ¿O sólo existe Lave Rap?" preguntaron. Y el Apóstol les respondió: "¿acaso es que diez mentiras son peores que veinte verdades a medias?"

La discusión continuó durante horas. Cuando se acabaron los maníes y las cervezas, uno de los Mujaidines le preguntó al Apóstol si podía hacer algo. Como simpatizaba con ellos, el Apóstol les dijo que se sirvieran nuevamente, y tanta cerveza salió de las cuatro botellas vacías que pronto todos estaban alcoholizados. Cuando uno de sus compañeros de mesa dijo que no vendría nada mal una champaña, el Apóstol convirtió diez tetrabriks en diez botellas de Pronto Shake. Esto molestó a los Mujaidines, quienes comenzaron a decir "milagros eran los de antes" y frases por el estilo. Cuando el mozo del café pretendió cobrarles doce cervezas, diez Pronto Shake y una champaña, uno de los Mujaidines desenvainó su alfanje, acusó al Apóstol de connivencia con los dueños del local y anunció la Guerra Santa contra los herejes partidarios de Carl Jung.

La discusión fue zanjada por la autoridad policial, que tenía ideas propias acerca de los temas debatidos en la mesa. El Apóstol Catódico, merced a una oportuna inspiración angélica, y para no perder la costumbre de convertir algo en otra cosa,  convirtió a un suboficial de la policía en agente de su huida, gracias al empleo de un par de retratos, impresos en papel moneda, del ex presidente argentino Julio Argentino Roca.

(Continúa)

(1) El lector puede saltear la lectura de este capítulo, a los efectos de un mayor disfrute de la obra.

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